Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

lunes, 28 de marzo de 2011

EL UNIVERSO CIRCUNDANTE

Síntesis del post: Comprensión. Objeto de la comprensión. Razonamiento conjunto. El universo circundante. Procedimiento.


Según la pequeña Yoni, no entiendo nada. Según mi señora madre, entiendo pero me hago el zorro. Según la señora Bigud, entiendo, sí, pero deformo las cosas de acuerdo a mi conveniencia.

Presento en esta ocasión, como habrán ustedes podido observar, tres visiones diferentes. Tres visiones de tres generaciones. Tres visiones de tres mujeres emparentadas conmigo por sangre, por ley o por elección. Tres visiones tres. En cualquier caso el asunto parece hallar un centro en la comprensión de los hechos, a todas luces evidentes. Una compresión que yo ignoro, oculto o manipulo en orden a la obtención de un beneficio que, hábilmente, sustraigo de la vista del enemigo.

Ahora bien, ¿qué es lo que debo comprender? No lo sabemos. No tenemos la más pálida idea. Ni siquiera podemos echar mano a esa infaltable ‘punta del ovillo’ que suele hacer las delicias de los más famosos detectives de ficción. De hecho el ovillo es, en este caso, una figura caótica e indescifrable, sin puntas, vértices ni aristas. Y por lo tanto el asunto se torna difuso, apareciendo de inmediato esa injusta presunción de mala voluntad ante el evidente contraste entre la expectativa y la acción.

Resulta obvio a los ojos de cualquiera que para que haya comprensión debe existir, como mínimo, un objeto comprendido. Un hecho de la naturaleza, un acto o un estado de cosas. En síntesis, algo sobre lo cual ejercer la acción de comprender. Por lo tanto será cuestión de redoblar el esfuerzo para dar una respuesta más o menos lógica al problema que nos ocupa.

‘¿Y entonces?’, preguntará usted, que en este preciso instante debe responderle a su mujer si estaban ricas las milanesas de soja con puré de calabaza.

'Entonces tómese un minuto’, responderé yo. Aquí estamos en pleno desarrollo de un argumento, y todo el mundo sabe que no se pueden apurar los mecanismos del pensamiento sin deformar en forma irremediable la conclusión.

Tratemos de razonar.

Sí, ya sé. No se me asuste. Le veo la carita de pánico y deduzco que caerá sobre mis hombros la responsabilidad de arrojar a la mesa una primera idea.

Decía entonces, tratemos de razonar. Al no poder brindar una respuesta convencional a la pregunta acerca de la materia sobre la cual debemos comprender, será menester recurrir al ingenio y la improvisación.

¡Saque esa cara de pánico de una vez, caramba! Ya le dije que seré yo el que aporte el ingenio y la improvisación. Usted solo debe guardar silencio y escuchar.

Como no surge a las claras un hecho de la naturaleza, un acto o un estado de cosas, se me ocurre que estamos frente a un modo de interpretar el universo circundante. Eso es lo que debemos comprender: Un modo de interpretar el universo circundante. Un modo paranoico, prejuicioso y parcial de interpretar el universo circundante.

Ahora permanezca sentado y trate de mantener la calma. Le tengo una mala noticia: Ese universo circundante tiene nombre y apellido. Ese objeto de interpretación, por cierto bastante detallada y exigente, no es ni más ni menos que usted. Y por lo tanto su obligación pasa por comprender esa interpretación sobre su persona y proceder en consecuencia, evitando (en lo posible) que acaben apuntándolo uno o varios índices acusadores.

¿Cómo dice?

No, no se puede rechazar la condición de universo circundante sin dejar de ser un ente –precisamente- circundante. Tiene que lidiar con eso o cambiar de galaxia.

¿Qué?

No, mire, hasta acá llega lo mío. No puedo recomendarle un procedimiento cien por cien efectivo. Cada universo circundante es único e irrepetible, y tiene sus propios problemas. En todo caso le sugiero manejarse como se indica en la página uno del manual: Monosílabo. Y no agregue nada a menos de que sea absolutamente imprescindible.

No, por favor, faltaba más. De nada. Ahora vaya, lo llama su mujer. Elógiele esas milanesas de soja.


¿Qué pasó?

¡¿QUÉ LE DIJO?!

¡¿POCA SAL?!

Usted es un universo circundante de lo más inútil. Bien merecida tiene la interpretación que le tocó.


Tengan ustedes muy buenas noches.

PS: Estoy sin internessss en casa. Supongo que esta noche recuperaré la conexión, y Dios mediante podré comenzar a visitar y responder. Hasta entonces, muchas gracias por la paciencia.

lunes, 14 de marzo de 2011

LA PUNTA DE LA FLECHA

Síntesis del post: Un amigo. Pasado y presente. La punta de la flecha. Sabrina. Una chacra. El cadete. Un futuro posible.




Un caballero me saluda con efusión. Así, en plena calle Florida. En medio de los abrazos y las preguntas de rigor por el estado de salud de mis padres, mis hermanos y un perro que lleva fallecido casi doce años, por fin decide identificarse. Es un compañero del secundario. Un amigo perdido al que llamaremos Raúl, pero solo a los efectos de este artículo.

Raúl solía ser ese muchacho al que toda señorita hallaba atractivo. El que siempre se llevaba del boliche a la más linda con poco o ningún esfuerzo, mientras los demás debíamos batallar en contra de nuestra apariencia física y completa ausencia de imaginación en orden a conseguir una precaria charla que rara vez superaba los cuatro o cinco minutos. Su pelo rubio, sus ojos verdes, su altura, su elegancia y su extrema simpatía lo transformaban en la punta de lanza de un grupo que, salvo por sus reconocidas proezas, demostraba una ineficacia preocupante en materia amorosa. Por lo general era esa punta de flecha la que lograba penetrar a las víctimas (si se me permite la ingeniosa metáfora), mientras que el resto de la flecha era cortada de raíz y descartada para que los perros jugaran con ella. El resto de la flecha éramos nosotros, claro está.

Ese es el recuerdo que conservo de él. De esa época fantástica de nuestra vida.

Sin embargo, hoy en día Raúl está hecho pelota, hablemos sin eufemismos. De aquella dorada melena de antaño solo quedan unos pocos centenares de cabellos desteñidos, tímidamente aferrados a la nuca. Unos mofletes desproporcionados, redondos y sudorosos le entrecierran los ojos, convirtiendo el color verde de los mismos en un dato de menor relevancia. Y tiene panza. Una panza inmensa y gelatinosa que deforma las rayas celestes de su camisa y expulsa buena parte de ella por fuera del pantalón. Dicho sea de paso, ese detalle, unido a las costuras vencidas de los zapatos y la mancha de tuco en el saco deshilachado, atenta con un éxito clamoroso contra su histórica elegancia. Raúl es, en pocas palabras, una sombra de lo que alguna vez fue. Sin embargo, a juzgar por el trato que me dispensa, debo admitir que su simpatía está intacta.

Soy abogado, me dice. Tengo un estudio propio y me va bastante bien. ¿Viste el caso del avión que cayó en el pacífico? Bueno, lo agarré yo. Presionamos a la compañía aérea, al seguro y arreglamos por un montón de guita. Estoy forrado. Ahora laburo para no quedarme en casa.

Asiento con una sonrisa y le palmeo la espalda. No se me ocurre otra cosa.

Me casé con la tana. ¿Te acordás de la tana?

No me acuerdo pero le miento. Si no estoy acorralado soy bastante bueno mintiendo. Pongo cara de entendido y todo.

El asunto es que de un tiempo a la fecha no estamos muy bien, agrega. Después del segundo pibe dejó de laburar, y una mina eléctrica como ella no puede estar sin nada que hacer. ¿Te acordás lo eléctrica que era?

Era tremenda, le digo. Y sacudo la mano izquierda como para reforzar mi cara de entendido. Porque yo cuando miento y no estoy acorralado pongo cara de entendido y todo.

Además se dejó estar, negro. Se puso gorda, y en vez de anotarse en un gimnasio se pasa el día entero haciendo cursos pelotudos. La verdad es que no da para más. Me quiero divorciar, pero no me decido a hablarlo.

De todo lo que me acaba de decir solo escuché la palabra ‘negro’. No me gusta que me digan negro. Ni negrito. Y mucho menos que me rodeen la espalda con el brazo mientras me apodan impunemente.

Igual me parece que a ella le pasa lo mismo.

No se me ocurre por qué puede ser, si estás hecho un pibe. Esto lo pienso pero no lo digo, por supuesto.

Ahora, acá entre nosotros te cuento que en el estudio tomé una secretaria nueva. Sabrina se llama. No sabés lo que está la pendeja. Veintidós años tiene. Me pone como loco. De vez en cuando me la empomo. Ahí nomás eh, en la oficina. La fui enroscando, y como es medio tiernita casi no tuve que hacer nada para convencerla. No hay nada como un buen polvo en el laburo, negrito. Después de almorzar.

Asiento con una sonrisa y le palmeo la espalda. No se me ocurre otra cosa. Raúl… la punta de la flecha. Y el resto de nosotros a entretener a los perros.

Venite a tomar un cafecito a mi oficina, me dice. Está acá a media cuadra. De paso la conocés a Sabri.

No se me ocurre ninguna excusa y accedo sin más. Si estoy acorralado no soy muy bueno mintiendo. Tartamudeo, miro para abajo y digo cosas inconexas.

Nobleza obliga. Saludo a Sabrina de pasada mientras caminamos rumbo al despacho de Raúl, y debo admitir que supera con creces mis cálculos más optimistas. Está más buena que meter la cara adentro del dulce de leche, y parece decidida a demostrarlo a través de su actitud y su ropa.

Creo que la tengo bien enganchada, dice Raúl guiñándome un ojo. Me quiere. Para ella soy como un súper héroe. Por ahí, quién te dice, junto valor, me separo de la tana y me la llevo a vivir a Punta del Este. No sé si te dije, pero estoy por comprar una chacra por allá. No quiero laburar más.

Sí, sos Batman, Superman y toda la liga de la justicia. Está enamoradísima. Se le nota en la carita. Se ve que la pendeja es tiernita y no sabe lo que quiere. Nadie mejor que ella para cumplir tu sueño de tranquilidad sempiterna. Esto lo pienso pero no lo digo, por supuesto.

De pronto suena el teléfono y Raúl me pide, negrito de por medio, que lo aguarde un minuto afuera del despacho, que por desgracia es un asunto delicado y privado.

Me siento en el único sillón que hay en la sala de espera, a escasos dos metros del escritorio de Sabrina, que charla animadamente con un muchacho joven mientras le firma unos papeles. Flaco, pelo largo, muchos tatuajes y un casco de moto colgando del codo derecho. Es evidente que es el cadete de alguna empresa, alguien que trae algo para Raúl.

La charla se extiende por varios minutos. Las dos charlas. La de Sabrina con el cadete y la de Raúl y su asunto delicado y privado.

¿Entonces venís a la fiesta Sabri? El sábado a las once, no te olvides de traer algo para tomar. Cualquier cosa.

Aprovecho el saludo (efusivo por cierto) para retirarme detrás del joven. Entramos juntos al ascensor.

Chau Sabrina, decile a Raúl que nos estamos viendo por ahí. Si no estoy acorralado soy bastante bueno mintiendo. Pongo cara de entendido y todo.

Está linda la nena eh, le digo para amenizar el viaje hasta la planta baja.

Esta del sábado no me pasa, sentencia.

Ya lo creo, me digo a mí mismo.

¿Sabés una cosa? Hace veinte años Raúl era como vos. La punta de la flecha.

¿La punta de la flecha? ¿Quién es Raúl?

Dejá nene… no me hagas caso. Raúl es el que entretiene a los perros.

Ah, un paseador…

Más respeto pendejo. Si tenés suerte y sos constante, en seis meses, un año a más tardar, vas a conocer Punta del Este gracias a Raúl.

Esto último lo pienso pero no lo digo, por supuesto.



Tengan ustedes muy buenas noches.

miércoles, 9 de marzo de 2011

QUÉ SÉ YO... TODO EL MUNDO TIENE

Síntesis del post: Arenga.



Sea mi amigo en Feisbuc, ya que en el mundo real nunca lo seremos.

Le juro que jamás tendrá una noticia mía. Solo pretendo demostrar que puedo adaptarme.


Tengan ustedes muy buenas noches.

PS: No, no pienso tutearlo.

viernes, 4 de marzo de 2011

POTENTE GEN 2011

Síntesis del post: Potente Gen, porque es viernes, y los viernes yo a veces subo un Potente Gen.

Podrán decirse muchas cosas de mí, lo sé. Y entre esas cosas que seguramente se dicen, ahí, camuflada por el medio, podrá decirse una más: Soy un tribunero nato.

Ninguno de ustedes podrá afirmar, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que no sé leer las demandas del pueblo. Que no sé interpretar los gustos del vulgo. Que no soy veloz para sacar provecho de un éxito ni bien percibo que lo es. Estoy plenamente seguro de eso.

Y si alguno osara pensar que no he dado suficientes pruebas a lo largo de estos casi tres años, en este mismo instante le arrojo por la cabeza una nueva confirmación.

A lo nuestro entonces.


POTENTE GEN 2011

A modo de introducción deseo señalar que el PG ganador de este año surgirá de una única votación que se llevará a cabo en el mes de diciembre.

Y ahora, aclarado el sistema, abro la temporada con un exponente que pulverizará el ánimo belicoso de los disidentes consuetudinarios.

Gen Spears

Britney, hermana mayor.

Jamie Lynn, hermana menor.

Otra vez la mayor.

Otra vez la menor.

Las dos juntas, allá lejos y hace tiempo.

Tenemos el posteo en viernes, el lazo de sangre y el parecido físico sobrecogedor. Los requisitos están cumplidos, así que ahora es de ustedes el deber de materializar ese destino de aprobación unánime que ya se huele en el aire.

Los escucho.

Ah, perdón. Hablando de unanimidad… necesito, Señor Bugman, que pase por mi oficina la semana que viene sin falta para renovar el contrato de adhesión eterna al PG, que se encuentra vencido desde el día 31 de diciembre.

Dicho sea de paso, repasando el mencionado documento he caído en la cuenta de que usted no solo ha ignorado en forma sistemática el objeto principal del mismo (aprobación semanal obligatoria, automática y entusiasta), sino que también ha incumplido todas y cada una de las obligaciones accesorias. Según el punto cuatro, con la aprobación de cada nuevo exponente usted debía subir un video en su propio blog con una encendida celebración vestido de porrista. Y el punto siete le imponía el deber de promocionar la sección una vez por mes, más o menos con la misma desfachatez que ahora emplea para promover la utilización de aparatos de última tecnología y diversas redes sociales.

Soy un hombre pequeño. Supongo que a esta altura de los acontecimientos podremos olvidarnos de esas evidentes faltas y comenzar desde cero.

Lo espero.


Tengan ustedes un carnavalesco fin de semana.

martes, 1 de marzo de 2011

MI PAYASO

Síntesis del post: Un payaso. Mi payaso. Un voluntario. Dos caballeros y una señorita. El opuesto de un payaso. Reflexión final.



Me quedo mirando a un payaso. Estoy en el primer piso de un centro comercial, en un amplio salón dominado por el color blanco, con una gran variedad de juegos y espacio de sobra para que corran los niños.

Me quedo mirando a un payaso, decía. A un grupo de payasos, aunque a uno en especial. El número es sencillo, no demasiado imaginativo, pero los niños lo celebran con genuino entusiasmo. Una torta, un cachetazo, un tropezón, narices coloradas, pelos rizados y una diminuta bicicleta con su campanita. No hay faltantes ni sobrantes. Solo el material necesario para convocar una respetable cantidad de carcajadas infantiles. Está muy bien.

El payaso, mi payaso, pide un voluntario entre el público adulto. Es un buen payaso, tiene algo más que sus compañeros, algo que lo distingue y lo eleva, aunque yo no sepa explicar la razón. El caso es que, sumergido en esa idea, yo lo estaba observando con atención. Y entonces me mira, o me invita con la mirada. Discretamente, pero con energía.

Un voluntario es un individuo que produce un acto, pronuncia una frase o lleva a cabo una actividad más o menos prolongada, precisamente, en contra de su voluntad. Y entonces hace el ridículo. Esa es la definición personal que se trasluce en mis ojos durante los dos o tres segundos que dura el cruce de miradas; y el payaso, que es un buen payaso, que tiene algo más que sus compañeros, algo que lo distingue y lo eleva, se percata sin abandonar la discreción. Entonces su energía se concentra en otro adulto (uno de verdad) y el número prosigue sin mayores contratiempos.

Ahora estoy sentado en un banco a la salida del centro comercial. Estoy tomando una coca zero, y de pronto escucho una voz a mis espaldas:

–¿No te gustan los payasos? –indaga.

Enseguida reconozco a mi payaso.

–Me gustan –respondo –. Los que no me gustan son los voluntarios.

–Eso supuse.

Los dos permanecemos en silencio durante algunos minutos. Uno al lado del otro. Él fumando un cigarrillo, yo tomando mi coca zero.

En ese lapso pasan dos caballeros. Tendrán unos cuarenta y cinco años. Teléfonos móviles en mano, chombas de marca, bermudas de tela y calzado oneroso. Se cruzan con una señorita (muy bonita ella) y la abordan en grupo. Le cierran el paso, le dicen un par de estupideces y medio en broma medio en serio la invitan a pasear en un auto importado que, dicho sea de paso, es cierto que les pertenece. Una vez descartados por la dama le espetan alguna frase un poco más agresiva y se alejan palmeándose las espaldas, riendo a carcajadas, como los niños de hace rato.

–¿Sebés cuál es el opuesto de un payaso? –desafía mi payaso con la vista clavada en el horizonte.

–No tengo la más pálida idea –respondo yo, que no tengo la más pálida idea.

–Un pelotudo.

Aguardo la explicación en silencio, porque la idea me parece interesante.

–El payaso, el verdadero payaso, es un tipo triste. Y eso no es ningún cliché, no te engañes. Parece, pero no lo es. El payaso tiene su repertorio, pero lo reserva para el escenario. Después vuelve a su casa en colectivo, todavía con la cara pintada, algo desteñida por el sudor. Se toma dos o tres ginebras en un bar mientras piensa en alguna novia del pasado. O en una esposa que se fue de la casa una tarde, con una valija rota y tres pibes a cuestas, sin dejar siquiera una nota. O en alguna desgracia de esa calaña. Cuando se le acaba la plata que ganó en el escenario camina media hora por una calle de tierra hasta su casa. Abre una reja oxidada, atraviesa un jardín sin flores, se tira en un sillón apolillado y mira televisión hasta que se queda dormido. Y no se nota que es un payaso hasta la mañana del día siguiente. El payaso, el verdadero payaso, siempre es capaz de divertir al día siguiente. Es un tipo triste, sí, pero tiene el escenario. Esa es su redención.

–Interesante –respondo, porque es interesante.

–En cambio el pelotudo, el verdadero pelotudo, es un tipo alegre. Es jodón, gritón y bien predispuesto. Y también tiene su repertorio, aunque es incapaz de reservarlo para una ocasión especial. Es pelotudo a jornada completa, porque para poder ejercer con propiedad, tiene que serlo todo el tiempo y en todas partes. Si se cruza con una mina, la enfurece. Si se toma dos o tres ginebras, no piensa en nada; pelea o vomita. No hay un escenario para los pelotudos. Para que dejen de serlo aunque sea por un rato. Y para colmo su condición se les nota, se les nota de lejos. Por eso la tragedia de ser un pelotudo es que no hay redención posible, ¿entendés ahora?

–Entiendo, sí –contesto convencido.

–Ahora si me permitís, mirá lo enojada que quedó esa pobre piba. Necesita alguien que la consuele un poco, y como a vos no te gusta el papel de voluntario...

Dicho esto se levanta, se despide con un guiño casi imperceptible y avanza sobre la señorita con su pintura desteñida, sus pelos rizados y su nariz colorada. Al cabo de unos segundos la chica sonríe, taconea un poco y finalmente escribe algo en un papelito con su lápiz labial.

Supongo que esta pequeña charla me habrá enseñado algunas cosas que, con tiempo y ganas, me ocuparé de meditar. Por lo pronto creo que me veré obligado a reformular mi estúpida definición de lo que es un voluntario.




Tengan ustedes muy buenas noches.