Palacio Municipal de Montevideo. Año 1930.
DESPEDIDA: A PARTIR DE HOY ESTE HOMO SAPIENS COMIENZA OFICIALMENTE SUS VACACIONES, Y POR ENDE, ESTE ESPACIO ENTRA EN RECESO POR VEINTE DÍAS (MÁS O MENOS).
ACLARACIÓN: SÍ SEGUIRÉ CONTESTANDO LOS COMENTARIOS QUE LLEGUEN AL BLOG O A LA CASILLA.
SEPANLÓNNNNNNN.
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EL MISTERIO BAROLO
CAPÍTULO FINAL, PERO DE LA PRIMERA ETAPA.
¿QUÉ SE PENSABAN?
¿QUE IBA A DEJAR DE ROBAR SIN DAR PELEA?
ENTONCES NO ME CONOCEN.
A lo nuestro.
CAPÍTULO FINAL (Es un poco larguito, pero piensen que tienen veinte días para leer).
A medida que me acercaba a la réplica del David comenzaron a flaquearme las rodillas, e incluso llegué a elucubrar algunas excusas mentales para evadir el compromiso. Pero luego me arrepentí. Los misterios del mundo se crearon para ser resueltos, y ningún gran hombre ha pasado a la historia escondido debajo de una frazada.
Con una entereza que le arrancaría lágrimas al más pintado, cubrí los doscientos metros que me separaban del Palacio Municipal y me senté a esperar a Santipolio.
El otro día les dije que, fuera de la mano del licenciado o de una banda de mafiosos ataviados a la usanza de los años cuarenta, mi destino tendría que revelar su verdadero rostro al pie de la estatua. Lo que en ese momento no imaginaba era que tendría que lidiar con todos. Con Santipolio, y con la banda.
- Buen día señor Yoni-, balbuceó un Satipolio bastante demacrado.
- Buen día licenciado- respondí con mi peor cara de sorpresa- ¿Se puede saber quiénes son estos señores?
Los ojos del licenciado solicitaron una muda autorización a uno de aquellos cuatro torsos inmóviles, y luego se acercó a mi posición.
- Los caballeros llegaron primero, señor Yoni.
- ¿Cómo?
- Que nos ganaron de mano. Que han cruzado hace ya mucho tiempo, y que son los dueños del portal. Ellos tienen las respuestas que usted busca.
- ¿Son la mafia del Salvo?
Susurró una respuesta afirmativa mientras retrocedía. Estoy seguro.
Entonces se me acercó el que indiscutiblemente era el líder del pequeño grupo.
- Saludos fariseo, por fin nos conocemos.
- ¿Fariseo?
Ensayó una media sonrisa, pero no se detuvo a explicar nada. En lugar de eso apuntó un índice inquisidor hacia el David y permaneció algunos segundos en su pose de prócer.
- ¿Usted qué ve?- indagó por fin.
- Una estatua.
- ¿Solo una estatua?-, insistió sin abandonar su inmovilidad.
- Una obra de arte.
Me miró con indignación, y debo admitir que aun sin saber cuál era mi delito sentí vergüenza.
- Pero esta es la obra de un copista… ¿cómo puede ser arte?
- Bueno –contesté yo con la voz entrecortada-, es una reproducción.
- ¡Es una falsificación!- exclamó sacudiéndose la espuma que escapaba de su boca.
Quedé estupefacto frente al compromiso que aquel hombre asumía con su idea. Y entonces no emití sonido.
- La letra mata, y el espíritu vivifica. Usted, fariseo, vive en un universo formal que está diseñado de acuerdo a su propia conveniencia; pero ignora el espíritu del mismo. Usted lee el universo que se le presenta, pero no lo interpreta. No lo conoce. Prefiere la letra muerta.
- Pero si yo vengo investigando…
- Cállese y venga con nosotros.
Y yo obedecí. No sé si por sentirme avasallado, por el afán de conocimiento o por qué. Pero obedecí.
Subimos a un auto negro y salimos rumbo al Palacio Salvo por la Avenida 18 de julio. Yo me ubiqué en la ventanilla trasera derecha, y al lado mío se sentó el licenciado.
- ¿Qué significa esto licenciado?- pregunté en un tono casi inaudible, aunque sin disfrazar mi intención.
- Nos llevan con Gunter Klose.
- ¿Y quién es ese señor?
- El administrador del Palacio. El hombre que posee todas las llaves. El hombre que tiene lo que usted busca.
Para ser el poseedor de todas las llaves, el físico de Gunter Klose dejaba bastante que desear. Era un individuo más bien petiso, regordete y de maneras poco elegantes. Pero su mirada…
- Saludos fariseo-, espetó apenas ingresé en su oficina.
- Buenos días- respondí ya sin ánimo de corregir a nadie.
Me miró y me sentí desnudo. Se paró y me vi constreñido a seguirlo a través de los pasillos del Palacio. Preguntó y simplemente respondí.
- Usted vino en busca de su Universo paralelo. Usted infiere que en algún sitio existe un reflejo de su realidad.
- Sí.
- ¿Sí qué?
- Sí señor.
- ¿Le puedo hacer una pregunta?- dijo volviéndose hacia mí.
- Sí señor- contesté ya sin el mínimo rastro de voluntad.
- ¿Y si el reflejo fuera usted?
En ese instante sentí mi valor corrompido por el espanto, y al mismo tiempo percibí la luz al fondo del túnel.
Gunter Klose extrajo una llave dorada de su bolsillo, y con ella abrió una puerta que se me antojó familiar.
- ¡Mi mujer!- exclamé-. ¡La oficina de mi mujer! ¡Lo sabía! ¡Esto es el Palacio Barolo!
- Esto es el Palacio Salvo- interrumpió Klose-, y aquí no hay nada suyo.
Lo miré como se mira a alguien que nos desborda y nos somete, y me dejé caer en el primer escalón de la escalera caracol para considerar las sensaciones que me estaba produciendo aquella suerte de espionaje cósmico.
- Usted es una falsificación, mi amigo-, sentenció Klose revolviendo el puñal.
- No puede ser.
- Es. Usted es una copia. Buena, pero una copia al fin. Una copia de otro Yoni. De El Yoni. Un reflejo casado con la reproducción de una mujer. Y lo que acaba de ver es una pequeña muestra del mundo ideal. Es Platón básico. ¿Leyó la alegoría de la caverna?
- Sí.
- Entonces asumo que hemos agotado ese punto.
- ¿Y existe algún otro punto?- inquirí ya sin tanto afán de investigación.
- Hay muchos otros.
Lo seguí escaleras arriba, y luego por otros pasillos que me resultaron vagamente familiares. Finalmente entramos en un ascensor de carga, de esos que suelen usar los proveedores y los distraídos. Y descendimos hasta la planta baja.
Mientras caminábamos rumbo a la 18 de julio a través del hall central del Palacio, mi nariz captó aromas que no puedo describir en estas líneas. Sensibles modificaciones.
Y miré a Klose, que sonreía… como si aquella inquietud mía lo conmoviera más que cualquier alabanza.
- Ya le decía yo a Santipolio que usted era un ser olfativo. Es su nariz la que lo trajo hasta aquí.
- Lo sé-, acoté.
Y lo dije porque lo sé desde siempre. No es ese olfato que puede detectar el perejil en la milanesa desde el comedor a la cocina. No. Es un olfato cósmico, y es el responsable de mis delirios.
- El tiempo y el espacio se tuercen. Pueden moldearse. Se manipulan con relativa facilidad.
- Lo sé-, volví a acotar.
- Usted siempre estuvo en lo cierto- concedió Klose-, existen miles de posibilidades, y nosotros estamos estudiando este portal desde hace muchos años.
- ¿Este portal?
- Sí, este. El Salvo-Barolo. Es uno de los cinco que se conocen en el mundo.
- ¿Y los otros?
- Los otros son los otros. Hay gente que los estudia, y nuestro deber es estudiar lo que nos toca. Todavía no aprovechamos ni la mitad de las posibilidades que nos ofrece. Queda mucho por comprender.
Tras aquella revelación sentí todo cobraba sentido, y me animé a una o dos deducciones más. Quería cerrar esta etapa de una vez por todas.
- Oiga… yo no soy un reflejo de nadie ¿verdad? Yo soy un original.
- Ya le decía yo a Santipolio que usted es un ser olfativo-, dijo con una mueca de satisfacción en el rostro-. El licenciado hizo un buen trabajo.
Tenía más preguntas para formular, pero en ese instante, haciendo uso de sus atribuciones de jefe realizó una imperiosa invitación a reanudar la marcha.
- ¿En dónde estamos?- alcancé a preguntar.
- Ya no voy a responder preguntas mal formuladas. Ahora usted cuenta con material suficiente como para hacer las indagaciones correctas-, anunció Klose ya en su papel de instructor.
- ¿Cuándo estamos?- reformulé.
- Montevideo. Año 1930.
- ¿Y qué venimos a hacer?
Pero Klose ya no respondió.
FIN
Ahora me voy a almorzar. Porque yo los viernes almuerzo solo. Y como lo que quiero (sí, huevos fritos también). Y me tomo un vinito chico con soda y hielo. Y pienso. Y supongo que esta vez pensaré en mis vacaciones.
Tengan ustedes unos muy felices veinte días de paz.
Me retiro con la gloria.