Extraña sucesión de infortunios que, poco a poco, fueron minando mi voluntad hasta transformar aquel viejo anhelo de triunfo en esta pacífica convivencia con el fracaso.

jueves, 28 de agosto de 2008

MEMENTO


Extraño hombrecillo que parece haber consagrado su vida a una única tarea que lo absorbe por completo: La demostración cabal y definitiva de que, en este Universo que nos tiene por moradores, no existen los seres inolvidables.


Dos veces por semana llevo el auto a la oficina. No sé por qué lo hago. Tal vez por demostrarme que sigo formando parte de esa clase media sometida al dramatismo que implica la pérdida de entidad; o tal vez por una simple y real necesidad. Realmente no lo sé, y estoy convencido de la honestidad de mi respuesta. En cualquier caso, lo que me en verdad importa al desarrollo de este relato es el hecho, no el motivo.


Sobre la calle Hipólito Yrigoyen está el garaje que, un poco por simpatía y otro poco por comodidad, elegí para que mi vehículo no sufra los rigores de la intemperie. Y en la vetusta casillita situada a la izquierda del portón de entrada transcurre sus horas el protagonista de esta historia. Acurrucado sobre un banquito que le aporta una estabilidad por lo menos precaria, el hombre piensa y sueña ajeno a los tumultos de la calle; olvidado.


"¿Por hora?", pregunta nuestro héroe con sus grandes ojos rasgados fijos en mi humanidad incrédula. Dos veces por semana. Ocho veces por mes. Noventa y seis veces por año. Siempre. Llueva o truene. Sean las diez de la mañana o las dos de la tarde. Sea sábado, domingo o fiesta de guardar. A él no parece importarle en lo absoluto.


Alquilo esta oficina en la Avenida de Mayo desde hace ya tres años; por lo tanto, calculo que me ha hecho la misma pregunta alrededor de doscientas ochenta y ocho veces. Y aun así jamás dio la más mínima señal de reconocimiento. Mientras el muchacho del turno tarde solicita que me bajen el auto apenas ve que me acerco a la casilla agitando el ticket con la mano derecha, las mañanas permanecen inalterables. "¿Por hora?", pregunta memento (así lo he bautizado) con una mirada extrañada. Implacable en su extravío. Inconmovible en su soledad. Sí, por hora.


El lunes pasado, mientras manejaba hacia la oficina, vino a mi cabeza -no sé por qué motivo- el recuerdo de una extraña costumbre que convivía conmigo en mi época de adolescente. La misma consistía en llevar a cabo un acto horriblemente vergonzoso enfrente de un completo desconocido, y luego retirarme del lugar como si nada hubiera ocurrido.


Al llegar al garaje descendí del vehículo con aire tranquilo, y en lugar de dirigirme a la casilla a retirar el ticket, subí por la rampa hasta el primer piso del estacionamiento. Desde allí me lancé en una carrera desenfrenada en dirección a la calle Hipólito Yrigoyen, agitando los brazos y emitiendo graznidos como si fuera un cóndor, un buitre, un gavilán pollero o algún pajarraco de similares características. Al pasar delante de la casilla pegué tres esforzados saltitos e hice un intento -vano aunque sincero- de romontar vuelo. Ante el rotundo fracaso de la maniobra encaré directamente hacia la posición de memento, que a esa altura ya estaba petrificado y había dejado de buscar en su agenda el número del comando radioeléctrico, y retiré el ticket sin que él fuera capaz de articular una sola palabra.


Hoy vengo a la oficina con el auto. Estaciono, desciendo y me dirijo directamente a la casilla evitando el batido de alas y los graznidos. Memento me ofrece una mirada distinta. Prudente; temerosa tal vez; pero no extrañada. Devuelvo esa mirada y acompaño una media sonrisa. Percibo en él una lucha interna, un torpe combate. Y guardo silencio.


Un despertar crédulo. Un gesto difuso. La compasión por no haberme logrado como ave. Memento se pronuncia:


"Por hora. ¿No?"


Hay una afirmación. También una pregunta, es cierto. Pero hay una afirmación. Me reconoce.


Retiro mi ticket y me alejo presa de una satisfacción casi eufórica. Creo que hoy hice algo bueno (no sé bien qué) por alguien, y con un mínimo sacrificio.


Afuera de la casilla pueden ocurrir cosas muy extrañas, e incluso interesantes. Memento lo sabe, y acaso, con algo de suerte, sienta una pizca de curiosidad.

martes, 26 de agosto de 2008

MENSAJE SUBLIMINAL



Dramático pedido a la señora presidente de todos los argentinos y todas las argentinas:


CRIS, NO TE VAYAS CON CHÁVEZ...



¡ANDATE CON CHUDA!

jueves, 21 de agosto de 2008

¡LA GRAN CÁMPORA! ¡QUÉ CARIPELA!



Lombroso, teléfono...





Estimados:

He dedicado gran parte de la noche de ayer a perfeccionar el proceso de elección del individuo destinado a inaugurar la sección "Grandes Líderes" de "Me tacho la doble". Esto equivale a la pública confesión de que cada vez que me sienta demasiado débil para producir un posteo decente, apelaré a este ingenioso mecanismo dilatorio.

De más está decir que tienen frente a sus ojos al primer afortunado:

GRANDES LÍDERES

Máximo Kirchner: Retrato de un líder. Semblante de un triunfador.

Les presento en esta ocasión la figura prócer del retoño presidencial; una mezcla de proporciones alquímicas entre las facciones asimétricas de papá, y la expresión lunática de mamá. Un joven emprendedor que, a base de sacrificio y esfuerzo, envalentonado por el lejano susurro de aquellas viejas convesaciones en la mesa familiar, decidió impulsar -a sus veintitantos años- la creación de una organización consagrada a la férrea defensa de la democracia y los más altos valores republicanos.

"¿Y quién mejor que Héctor J. Cámpora para inspirar un movimiento destinado a abogar por la reconciliación nacional?", pensó tendido boca arriba en su dormitorio este tierno gordito justicialista, este osito de peluche sobrealimentado, este cochinito en la eterna búsqueda de su manzana deliciosa. Y entonces se despachó con esta novedad: La Cámpora. La herramienta política que andaba necesitando la Argentina para comenzar a ponerse de pie de una buena vez y para siempre.

Joven argentino, si estás buscando que tu patria se recubra con un cielo más benigno, ver a tu bandera flamear audaz entre los vientos de la renovación, que tus hijos jueguen desnudos en los jardines de la prosperidad y que tus nietos se indigesten con el maduro fruto de la opulencia, bríndate por entero a la lucha de aquellos que han nacido con una sensibilidad diferente y una voluntad de liderazgo inquebrantable.

Les dejo algunas reflexiones al paso:

1- Si mi mamita fuera presidente, yo también tendría un mini cooper.

2- Si mi papito fuera ex presidente, yo también le pediría la renuncia al vice.

3- Si a mi papito se le hubieran perdido 500 palos, yo también jugaría al Che Guevara.

4- Si mi hermanita tuviera un fotolog, yo también comería más de la cuenta.

5- Si mi tía fuera ministro, yo también simularía tener un laburo.

Muchas gracias,


martes, 19 de agosto de 2008

CATORCE


Sábado por la noche: Resulta que mi amiga Viviana decidió darse una vueltita desde Manoa, y sin ningún miramiento hacia mi concepción -confesa por cierto- de la vida, me puso de cara a la gigantesca tarea de hallar, en el fondo de mi espíritu en quebranto, catorce (¡CATORCE!) pequeñas cosas que me hagan feliz.


Como a pesar de mis constantes lamentos también me considero íntimo amigo de las grandes epopeyas, me calzo la escafandra y las patas de rana y me sumerjo sin condiciones en las profundidades de mi ser. Si Dios y la suerte me acompañan emergeré en tiempo y forma con catorce verdades recolectadas en el corazón del alma, o -por lo menos- con catorce mentiras piadosas raspadas en las paredes del intestino delgado.


Martes por la mañana: He vuelto. Y estoy en posesión de aquello que me ha sido requerido.


Primero cumplo con algunos requisitos de forma:


1- Copiar las reglas.


2- Escribir catorce pequeñas cosas que me hacen feliz.


3- Seleccionar seis blogs para que sigan con el meme y avisarles. Esto no lo voy a cumplir porque conozco muy poquitos blogs y me da cosita golpear la puerta. Sin embargo, para no dejar la cosa inconclusa, sugiero la misma solución que este ingenioso escapista encontró en su momento: Renegado


A lo nuestro.


Aclaración previa: No voy a incluir aquí ninguna actividad que involucre a mi pequeña hija, porque esa felicidad es una felicidad obvia. Y tampoco pienso mencionar -por las mismas razones- intercambios sexuales de ninguna clase.


Paso a enumerar:


1- Comer un asado hecho por mí.


2- Leer un libro cuando debería estar trabajando.


3- Tomar un buen Rioja en grata compañía.


4- Ir a la playa de sol a sol. Por supuesto, para que esto me haga verdaderamente feliz, no puede haber más de cinco personas en cien metros a la redonda.


5- Un cuarto kilo de helado de banana.


6- Las sobremesas familiares de los domigos al mediodía. Si duran más de cuatro horas, mejor. Y si se logra hacer el puente con la cena, felicidad completa.


7- Escribir un buen cuento.


8- Que me salga la luz verde en la aduana de cualquier aeropuerto.


9- El chavo del ocho. No es necesario verlo en la tele. El chavo en sí mismo me hace feliz. Un afiche o un muñequito son más que suficientes.


10- Hacer un gol (cada vez hago menos).


11- Las ruinas mayas de Tikal.


12- Comprar nuevas herramientas para mi súper caja. Lo curioso es que soy horrendo para todo lo que implique mejorar la salud de las cosas del hogar. De hecho casi nunca las uso.


13- Los silencios prolongados.


14- Tomar otro buen Rioja. Pero esta vez solo.


Muchas gracias,

viernes, 15 de agosto de 2008

IN MEMORIAM


Estrategias marketineras vanguardistas.


En el mes y pico de vida que acaba de cumplir este espacio, esta que estoy a punto de contar es la tercera anécdota que tiene como escenario a un tren de la línea "A" del subterráneo, o algún terreno relacionado en forma directa con la empresa Metrovías. Yo sé que corro el riesgo de que ustedes acaben pensando que vivo en el andén, pero ocurre que lo de hoy no lo puedo dejar pasar alegremente. Tengo la necesidad de transmitirlo, y contra eso no se puede.


Breve reflexión previa: Es preocupante que buena parte de los incidentes que me tienen como protagonista, o incluso como actor de reparto, ocurran bajo tierra.


A lo nuestro:


Esta mañana, mientras aguardaba en la estación Acoyte la llegada del eternamente demorado subte "A", fui abordado por una promotora de curvas agresivas y ojos intensos a la que dediqué uno de mis peores recibimientos. No desde la palabra, por supuesto; pero sí desde el semblante.


¿Una promotora de qué? se estarán preguntando ustedes, inocentes palomitas. Curiosamente, las palomas no son del todo ajenas al motivo de este solapado abordaje. Por lo que parece, algunos licenciados en marketing, publicistas y empresarios, poseen un fino sentido irónico. Y han decidido aplicarlo de lleno en sus estrategias comerciales. En este mundo cínico en que nos toca vivir, la ironía se cotiza cada vez mejor, y rinde sus buenos dividendos.


¡Una promotora de qué Yoni? ¡Hable de una vez!


Sí sí, perdón. Una promotora de un cementerio privado. O varios, porque estaba el Jardín de Paz, El Memorial y otros nombres a los que, envuelto ya en mis profundas reflexiones al estilo Kung Fu, no presté demasiada atención.


Estos señores, auténticos estudiosos de su negocio, han decidido -con mucho tino- que el mejor sitio para vender una parcela es, justamente, debajo de la superficie terrestre. Sería como vender trajes de astronauta en la luna. Brillante. Genial. Asombroso. Aunque un poco intimidante. Incluso montaron un coqueto stand en el que reparten unos simpáticos folletos a los pocos valientes que se arriman.


Vuelvo a la promotora, a quien había abandonado justo en el instante que comenzaba a victimizarla con mi reconocida agresividad gestual.


La tenaz veinteañera no se deja intimidar por mi mirada, y aprovechando que la apretada multitud dificulta mi huída, realiza una encendida defensa de todos los beneficios que podré disfrutar apenas tenga la suerte de morirme. Me niego y ella insiste, acostumbrada a tratar con las más bajas emociones humanas. Corro y me sigue el paso gritando a los cuatro vientos una generosa oferta que incluye mármol de Carrara para la lápida, y césped de Dublin de riego semestral.


Finalmente me arrojo dentro del tren y logro escapar de ese destino casi impuesto.


Una mujer de mi edad, de una belleza muy lograda -más amiga del esfuerzo que de la naturaleza- me sonríe gozosa de mi alivio. Debajo de sus manos cruzadas sobre una carpeta negra asoma el folleto con el logo de la palomita.


Está bien, lo admito: Soy un cobarde. Pero esa última ironía estuvo de más.

miércoles, 13 de agosto de 2008

¿QUIÉN ESTÁ MÁS BUENA?




El otro día sostuve una encarnizada discusión filosófica con dos íntimos amigos, y como el nivel etílico general no permitió arribar a una conclusión indubitada, he decidido someter el tema a consideración del vulgo (esto dicho sin ofender).
Por supuesto, no pienso expresar aquí mi preferencia para no distorsionar el resultado de esta encuesta. A mí me resulta clarísimo, pero a otros herejes parece que no.
¿Quién está más buena? ¿Pampita o Sofía Zámolo?
Muchas gracias por emitir su opinión. Y si lo hacen en la encuesta que colgué a la derecha, mucho mejor.
NO HAY PREMIOS. NO FABULEN.

viernes, 8 de agosto de 2008

A VER SI NOS ENTENDEMOS DE UNA VEZ...


Este Homo Sapiens está solo en su casa por primera vez en más de cuatro años. Su mujer y su pequeña hija han decidido tomarse quince días de vacaciones para visitar familiares lejanos en geografías aun más lejanas, convirtiéndolo en el amo incuestionable de aquellos espacios que por lo general se ve forzado a compartir.


En vista de este nuevo estado de cosas que solo la gente malintencionada puede ignorar, las reglas del hogar se han modificado un poco:


COMUNICADO NÚMERO UNO: Este ser profundamente antisocial NO atiende el teléfono. Nunca. No insista. Fue por eso que invirtió tanta plata en el contestador automático; y si usted presta un mínimo de atención al mensaje grabado en vez de repetir para sus adentros las palabras vacías y sin sentido que me va a dedicar apenas oiga el "bip", se dará cuenta que el mismo es sumamente agresivo, y se encuentra orientado hacia un desaliento sistemático de los cargosos.


COMUNICADO NÚMERO DOS: Tanto el inmueble como el individuo que lo puebla poseen su certificado de higiene en regla. Sin embargo, aquí no somos fanáticos.


COMUNICADO NÚMERO TRES: Este inmueble es un espacio libre de vegetales destinados a la ingesta.


COMUNICADO NÚMERO CUATRO: No existen más reglas. Aquí no somos señoritas.


Quedan ustedes debidamente notificados.


He dicho.


Dato curioso y, por cierto, bastante irritante: En esta primera semana de soledad fueron tres las personas que, haciendo caso omiso del comunicado número uno, se sacaron chispas por dejar el mensaje más largo del mundo en mi contestador automático. Dos de ellas incluso se ensañaron tanto con la indefensa maquinita, que llegaron al final del espacio disponible sin haber expresado todavía el motivo de su llamado. Pero la ganadora (una tía lejana de mi mujer), mostrando la madera de los verdaderos campeones, marcó de nuevo y completó su mensaje en dos minutos finales para el recuerdo. Una pesadilla que tuve la desgracia de escuchar en vivo.